LA DIGNIDAD EN EL FINAL DE LA VIDA
La película
abre con un viejo caminando por la cuneta de una autopista en medio de ninguna
parte. Podría tratarse de una metáfora de lo que ha sido su vida:
un patético deambular sin rumbo, destino ni atisbo de felicidad. Todavía no lo
sabemos, pero la última película de Alexander Payne gira en torno a los últimos
pasos de un perdedor cualquiera, un anciano con señales de senilidad y
comportamiento errático, que se aferra a su última esperanza en la vida: viajar
hasta Lincoln para cobrar un premio de un millón de dólares, que tiene toda la
pinta de ser un timo.
Rodada con una
cálida fotografía en blanco y negro y acompañada de una minimalista y melancólica
banda sonora, nos viene a decir que el tono de esta road movie, como es
habitual en este director, no será trágico, sino que camina (a diferencia de su
protagonista), con paso firme, desde el drama costumbrista hasta la tragicomedia
ácida, ofreciéndonos un resultado final simplemente fantástico. Hace reír sin
ser graciosa, emociona sin ser emotiva. Una historia tan sencilla como bien
contada, con muchas capas que desgranar, paso a paso, tomándose su tiempo para ello. Planos largos, escenas largas, que nos pretenden transmitir el estatismo en el que viven inmersos los personajes, quietos, incapaces de reaccionar.
Bruce Dern le
da a su personaje el aire que necesita: un cascarrabias en el final de su vida,
que se niega a aceptar lo que ha (o no ha) vivido. Una mala persona, un mal
padre, que, ante su total apatía vital, encuentra en este engañabobos una vía
de escape a su infelicidad. Incontestable. June Squibb aparece como el contrapunto
al protagonista, personaje totalmente antagónico e igual de entrañablemente
desquiciado. Will Forte encarna al hijo de ambos, un buenazo que ayuda a su
padre en su personal odisea, pero cuya interpretación no está a la altura de sus padres
cinematográficos. A su alrededor aparece un peculiar elenco de secundarios, que
sirven de excusa para ir desenmascarando a este impenetrable personaje, parco en
palabras, a la vez que proporcionan una base para las pinceladas de mala leche "desnatada" (estamos hablando de Alexander Payne, no lo olvidemos) de la película.
Con cada parada en el camino, descubrimos nuevas anécdotas sobre el pasado de este anciano, que acaban esbozando una imagen de su personalidad, que lo humaniza y lo matiza. El director no busca juzgar ni justificar las acciones de ningún personaje, sino mostrarlos tal y como son, aunque su tono siempre tirará a lo amable dentro de la consciencia, a la media sonrisa de complicidad cuando uno ya está en el fondo del pozo.
Con cada parada en el camino, descubrimos nuevas anécdotas sobre el pasado de este anciano, que acaban esbozando una imagen de su personalidad, que lo humaniza y lo matiza. El director no busca juzgar ni justificar las acciones de ningún personaje, sino mostrarlos tal y como son, aunque su tono siempre tirará a lo amable dentro de la consciencia, a la media sonrisa de complicidad cuando uno ya está en el fondo del pozo.
Pero es
también una historia sobre la incomunicación padre-hijo, sobre reproches nunca
echados en cara, sobre errores del pasado, y, sobre todo, de lo que uno puede
llegar a hacer por la gente a la que, a pesar de todo, quiere. En la última
escena de la película se le da la última puntada a esta conmovedora historia, tan de esa "América profunda" como universal: la de un perdedor al que, a pesar de todo, se le ofrece una pequeña redención.
Se trata, en última instancia, de una película que habla sobre la dignidad,
sobre aceptar lo que te ha tocado vivir, pero irte de este mundo con la cabeza
alta.
Nota: 8.
Nota: 8.
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