EL FRANCOTIRADOR (2014) - Clint Eastwood

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La honestidad vence, sin necesidad de convencer


Sí, ésta es otra crítica que mencionará al bebé de plástico de El francotirador (American Sniper, 2014, Clint Eastwood), que, por mediático, ni siquiera necesita presentación. La anécdota ha revolucionado la red, provocando una avalancha de tuits comentando lo sucedido y de reproducciones del fragmento clave en Youtube. La clamorosa situación parece merecer tal revuelo, pues no termina de entenderse cómo se ha podido cometer un fallo tan escandaloso. Todas las miradas parecen puestas en esta anécdota, que ha sido considerada un gran perjuicio para el desarrollo de la escena y que ha eclipsado a los demás elementos de la película. Llamativa es, y, desde luego, no beneficia al film per se. Sin embargo, este crítico no lo ve como nada más que un detalle menor de escasa relevancia y, es más, por rocambolesco que parezca, este texto se propone reivindicarlo.

Que no cunda el pánico: no se trata de una apología de la imperfección; tampoco de una apuesta por la frivolidad extravagante. Simplemente, resulta notorio, eficaz, y hasta valiente, que Clint Eastwood haya decidido tomar esta decisión tan pragmática. “El rodaje no va a parar por un bebé con gripe”, parece ser su mentalidad. Esta actitud demuestra seriedad y claridad de ideas, pues retrata a un director que va al grano y no se detiene en nimiedades, a las que trata como tales. Y la resolución de este incidente funciona como un fiel reflejo de lo que es esta película: la narración de lo imprescindible. Eastwood sabe lo que quiere contar, y esa búsqueda de lo esencial se refleja en la austeridad formal de cada escena, que no por sencilla se convierte en simple. El uso de las elipsis también pasa desapercibido, pero la tijera se aplica con firmeza, y únicamente pasa el corte lo que el espectador realmente necesita saber. Sólo así se consigue que a una película de más de dos horas de metraje no le sobren planos.


Y sí, esta crítica también se detendrá a pormenorizar la controvertida ideología de la película. Pero no, tampoco se dedicará a defenestrarla por ello. No sorprende encontrar un enfoque patriótico y conservador en el cine de Clint Eastwood. Sin embargo, si por algo destaca su discurso es por la honestidad con que lo desarrolla. El director muestra todas sus cartas desde el inicio y no se esconde nada, quizás porque no se avergüenza de pensar lo que piensa ni de defenderlo abiertamente. Sus ideas están bien definidas, sin que por ello queden exentas de matiz o reformulación. No es la primera vez que trata el tema en sus películas, y, si bien su defensa pro belicista es evidente, nunca es sectaria. En ella, la autocrítica brilla por su presencia. Al igual que Carl Theodor Dreyer (La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d'Arc, 1928), Dies Irae (Vredens dag, 1943)) abordaba la religión como creyente crítico con su propia fe, Eastwood expone sus ideales siempre abriendo la puerta al debate. Si ya en el díptico Banderas de nuestros padres (Flags of our fathers, 2006) - Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima, 2006) cuestionaba los entresijos de la guerra y la institución militar, en este caso la defensa de su protagonista no está exenta de duda. Eastwood lo retrata como el héroe nacional en que se convirtió, y en su discurso se aprecia una serena alabanza hacia sus méritos militares, pero el director no deja de plantearse si estos propios actos son los adecuados, al exponer las consecuencias de los mismos. 


Es precisamente esta honestidad la que permite que esta crítica ensalce el trabajo del director californiano. La ideología destilada difícilmente casará con la del autor de estas líneas, pero los valores morales no están reñidos con la calidad cinematográfica. La personalidad que demuestra Eastwood para profundizar en sus ideas sin disimularlas es la que le permite desarrollar su discurso sin manipular a la audiencia para ponerla de su lado. Es este acto de humildad el que deja en evidencia a otras películas, como la reciente Whiplash (Damian Chazelle, 2014), que defiende a capa y espada unos ideales –las virtudes del Sueño Americano, concretamente-, sin hacerlo abiertamente. En ese caso, se recurre a la manipulación emocional y a la distracción por medio de la música para transmitir subliminalmente el enfoque de la historia. Clint Eastwood no comete ese error; el veterano realizador no se esconde y respeta a su audiencia, consiguiendo triunfar incluso entre aquéllos a los que no convence. 
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