Correspondencia entre talento y reconocimiento
Un gato se
cruza en el camino de una persona, que tropieza y cae. El mismo gato se cruza
en el de otra persona, que recibe un ascenso. ¿Ha tenido algo que ver el
animal? “Es sólo un gato”, parece decir Preston Sturges en Navidades en julio (Christmas
in july, 1940), película que reflexiona sobre el valor del reconocimiento
social, y cómo éste cambia la percepción que la gente tiene de las personas que
están a su alrededor. La historia se centra en James MacDonald, humilde
oficinista de gran ingenio y bolsillos agujereados, que, por su posición
social, nunca ha tenido la oportunidad de demostrar su talento. Un malentendido
–McGuffin recurrente en el cine de este director y guionista– le abrirá las
puertas del éxito. ¿Algo ha cambiado? Es la misma persona…
El cine de
Sturges siempre le ha dado importancia a los temas sociales. El tono cómico de
sus obras no le impide tratar con cercanía, quizás algo frívola, la pobreza en Los viajes de Sullivan, (Sullivan's Travels, 1941) o romper tabúes
y establecer un alegato en defensa de la situación social de las mujeres en El milagro de Morgan’s Creek (The miracle of Morgan's Creek, 1944). En la
película a analizar, la separación de clases comanda el fondo del relato, al
mostrar la incapacidad de la gente joven de clase obrera para triunfar.
Sin necesidad de recrearse en el énfasis, el detonante de esta historia saca a relucir las penurias de un sistema capitalista profundamente injusto, en el que el talento no es suficiente, pues, más allá de desigualdad de oportunidades, hay un sector de la sociedad que nunca llegará a tenerlas.
Sin necesidad de recrearse en el énfasis, el detonante de esta historia saca a relucir las penurias de un sistema capitalista profundamente injusto, en el que el talento no es suficiente, pues, más allá de desigualdad de oportunidades, hay un sector de la sociedad que nunca llegará a tenerlas.
Una vez
anulada la importancia del talento en esa sociedad, toca plantearse qué
determina el progreso de las personas. Sturges lo tiene claro: el dinero y el
prestigio social. Una misma idea, buena o mala, es una cosa u otra dependiendo
de la boca que la enuncie. Semejante planteamiento ridículo pide a gritos su
aprovechamiento cómico, que nunca estará reñido con la actitud crítica. La conducta
de la sociedad que rodea al hombre talentoso -que sea una mujer ni se
contempla- queda retratada por sus juicios de valor, que reverenciarán o
humillarán a una misma persona en función del reconocimiento social que ésta
haya alcanzado.
Cuando el
malentendido se resuelve, el sueño llega a su fin. ¿Se retorna a la casilla de
salida? ¿Se está mejor o peor que antes de empezar? El proletario finalmente
recibe la oportunidad que ansiaba, y tendrá que luchar duro para demostrar su
valía. ¿Final feliz? En absoluto. Sturges plantea una situación desoladora, en
la que un malentendido, con la poca importancia que éste puede tener, acaba
siendo más importante que el talento de una persona. Y, lo que es peor, esta
oportunidad jamás hubiera llegado de no ser por esta jugada del destino.
En su segundo largo como realizador, a Preston Sturges (antes y después, agudo y brillante guionista) creo que le faltó inventiva y espontaneidad con una cesión de elementos propios en beneficio de un estilo que pretendía acercarse al universo de René Clair, autor por el que al parecer sentía gran admiración (evidente en la peli que comentamos). En cualquier caso, se trata de una comedia con momentos divertidos, sentimental y emocionante, pero sobre todo aleccionadora. Esto último queda muy bien descrito y explicado en el post firmado por Yago Paris.
ResponderEliminarUn saludo.