HOTEL TRANSILVANIA 2 (2015) - Genndy Tartakovsky

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La diversión visual




El dibujante Genndy Tartakovsky dio el salto a la gran pantalla en 2012 con Hotel Transilvania (Hotel Transylvania), y su debut supuso también su primera obra en animación por ordenador. Perteneciente a la Sony Pictures Animation, la opera prima del director ruso-estadounidense quedaba muy por debajo de la factura técnica de las productoras punteras, como Dreamworks o Pixar. Una situación que únicamente pone de manifiesto las diferencias presupuestarias, y que poco tiene que ver con la calidad cinematográfica del proyecto. 


El film arrancaba con fuerza y buenas dosis de humor, planteando un juguetón universo paralelo en el que los monstruos son las víctimas de los temibles humanos. En ella ya se hacía patente la personalidad de Tartakovsky, que basaba el humor en el gag visual y el juego con los tempos y la velocísima o extremadamente lenta gesticulación de sus personajes. Sin embargo, la obra se centraba más en el guion, impidiendo un mayor desarrollo de las ideas visuales de un animador talentoso, curtido en la factoría Cartoon Network. Todo ello para que una historia escrita a 10 manos se quedara sin gas a mitad de camino, abandonando a la película en un terreno que no satisface ni a quien busca recursos formales ni a quien espera una buena trama.


Tres años más tarde llega la secuela, Hotel Transilvania 2 (Hotel Transylvania 2), que continúa la estela de su predecesora pero enmienda errores y rectifica la trayectoria. Adam Sandler repite como doblador del personaje principal –el conde Drácula–, pero pasa de productor a co-guionista, sin que termine de quedar claro si el resultado final se debe a su labor, o si debería sentirse orgulloso por ello. Y es que la esta segunda parte empeora en el libreto, pero es lo mejor que le podía haber pasado. Si en la primera había cierto juego con los estándares del género, en ésta la historia es sencilla y hasta podría decirse que pobre, destacando un final que, aparte de tópico, destruye toda la ideología que la película había construido hasta entonces. Sin embargo, este esquematismo no es otra cosa que un mayor espacio para la comedia y para explotar las dotes animadoras de Tartakovsky.


El estilo visual sigue las líneas que ya se trazaron tres años atrás, pero en esta secuela se nota un mayor desarrollo de las ideas del director, que parece tener mayor terreno para profundizar en lo que realmente le interesa. Siendo un humor basado en el gag visual, el animador explota todos los recursos que con tan buen gusto exponía en sus series de dibujos más destacadas –El laboratorio de Dexter o Las Supernenas–, como esos silencios que se estiran como lo hacen las carcajadas que los acompañan, y que contrastan con esos cambios de postura y movimientos de los personajes a la velocidad del sonido. La película se entrega a la comedia y la trama se convierte en poco menos que en una excusa. Cuanta más presencia tiene, peor funciona, y aunque la parte final amargue el divertimento, la forma se impone sobre el fondo y la sensación es la de haber asistido a una animación con personalidad y desparpajo.
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