El árbol (caído) de la violencia
Arropada por el todopoderoso
festival de Cannes, en el que se llevó el premio a la mejor dirección en 2012,
la última película de Carlos Reygadas llega, por fin, a España, y lo hace
levantando ampollas, como no podía ser de otra manera: mayoritariamente
repudiado, su personalísimo estilo busca hacerse hueco entre los grandes del
cine de autor, y ser uno de los niños mimados del certamen francés le asfalta y
señaliza el pedregoso camino.
La naturaleza (motivo recurrente en
su filmografía), filmada con una lente de bordes distorsionados, que le aporta un aura tan
inquietante como idílica, saca a relucir el lado más tarkovskiano del director
mexicano, con largos y pausados planos que embellecen los parajes salvajes que rodean el
punto central de la ¿trama?: la casa a la que la familia protagonista se ha mudado,
en busca de un sentido a su vida, pero que acaba resultando una cárcel espiritual
y el núcleo de todas las calamidades de una cruel sociedad, cuyos embrutecidos
individuos encuentran en la violencia la única manera de contacto, y que supone
el eje del mal de un mundo en el que los niños, desprotegidos, se ven obligados
a tropezar con las mismas piedras de sus progenitores, erróneos modelos
conductuales, de los que no está a salvo ni la propia naturaleza, la cual, sin
embargo, acaba suponiendo su única redención posible.
Nota: 6.
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