La caspa de unas garras limadas

Es a raíz del punto medio de la trama cuando la película consigue alcanzar ese nivel de descontrol que tanto la beneficia, siendo todo más fluido y dando lugar a un dinámico correcalles, que, muy a su pesar, no termina de librarse de una desesperante incontinencia narrativa (al más puro estilo tarantinesco, pero sin sus innumerables virtudes), que encuentra su máximo exponente en la ya mítica escena del cartel de Schweppes, que la priva de alcanzar un adecuado ritmo narrativo.
La problemática cutrez que invade toda la película, y que se hace especialmente notoria en las escenas satánicas, consigue ser convertida en su arma más poderosa, sumándose a la atmósfera esperpéntica y dando lugar a los mejores momentos, en los que un recargado heavy metal funciona como excelente contrapunto a las situaciones más cómicas, en las que sobresale un sorprendente Santiago Segura, amo y señor de su personaje (¿o histriónica plasmación de su propia personalidad?). Pero son demasiadas las taras que ya han hundido el buque en el que viajaba esta prometedora premisa.
Nota: 5.
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