Web de crítica de cine y series. Lo coordina Yago Paris, crítico colaborador de Revista VOS, Cinema ad hoc, Cine Divergente, Revista Insertos cine y Nokton Magazine. Críticas de cine actual y de otras épocas. ¡Cine, mucho cine!
La herencia cinematográfica
acostumbra al espectador a esperar un planteamiento, nudo
y desenlace en cada película. Sin embargo, aunque entendible, no deja de ser un
error de base limitar el concepto de “película” a esta idea. La experiencia la
avala, pero resulta inquietante acotar el arte con unas leyes extensamente
consideradas como inquebrantables. Y es que la experiencia también demuestra
que un largometraje puede funcionar sin necesidad de pasar por el filtro del
guion clásico de cine. Es más, resulta imprescindible romper estos moldes para
conseguir que el sistema no se agote y se descubra nuevas vías en la narración
cinematográfica. Más que obligarla a ser lo que no es, lo que toda película
necesita es honestidad para consigo misma. Se requiere coherencia para poner
cada elemento que la compone al servicio de un bien común, que es el del
desarrollo de este ente. Y, ya puestos a llegar hasta el final, resulta
imprescindible creer en lo que se propone hasta las últimas consecuencias, sin
concesiones a los lugares comunes de la forma y el fondo. Es decir, justamente
lo que ocurre en La herida (Fernando
Franco, 2013).
La opera prima de este director español no cuenta una historia. Lo que
le ocurre al personaje puede intuirse a los cinco minutos de metraje; de hecho,
basta con haber leído previamente la sinopsis. Pero sería un error pensar que
esta obra pretende desarrollar una trama a raíz del planteamiento, o exigirle
que lo hiciera. No hay trama, pero tampoco se pretende lo contrario. La apuesta
por el camino más difícil del también co-guionista lo lleva a plantear su
película como un retrato del día a día de Ana, una persona con trastorno límite
de la personalidad (TLP). El pilar central sobre el que se asienta es Marian
Álvarez, cuyo apabullante desglose de miradas, gestos y reacciones resalta su
lenguaje corporal y le permite independizarse del verbal. Sin embargo,
tratándose de un papel que posibilita el lucimiento de una actriz capaz de
llenar la pantalla, éste es sólo un elemento más de la película. Quizás el más
importante, pero nunca el único. Es a este nivel donde la película se distancia
de las habituales pensadas para tal objetivo, al colocar a la actriz como una
pieza más del engranaje cooperativo.
Esto se observa en la forma de la
obra, tan profunda en sus planteamientos como radical en su aplicación. Que sea
el relato de Ana implica centrar la atención exclusivamente en ella. Cada
escena es suya, y sólo tendrá cabida lo que quepa alrededor. Fernando Franco
desarrolla la trama a base de planos cortos, pegados mayoritariamente a la nuca
de la actriz –idea que lo acerca al cine de los Dardenne, aunque sin esa
urgencia que caracteriza a los personajes del dúo belga. La profundidad de
campo es corta, para resaltar la importancia de Ana en el relato, quedando
marginados el resto de personajes, incluso desenfocados por momentos. A pesar
de las limitaciones que ello conlleva, destaca la capacidad que demuestra el
director para definir a sus secundarios en el poco espacio que queda. Y la
radicalidad de sus ideas se refleja en el tratamiento de personajes como el del
novio de Ana. Un personaje que compartiría protagonismo en cualquier otro
relato, para aprovechar el dramatismo de la convivencia de esta pareja y ganar
la empatía del público, sin embargo no tiene cabida en un planteamiento decidido
a llevar hasta las últimas consecuencias aquello en lo que cree. Una película
que no se concede ni un respiro, ni una comodidad. Una película que cree en lo
que propone, y que crece cuanto más lo hace.
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