
Las pantanosas raíces del mal
El cine de Terrence Malick la retrata como el máximo exponente de pureza, como ese eterno Edén a alcanzar (Malas tierras, 1973; El Nuevo Mundo, 2005). El de Carlos Reygadas, sin embargo, se decanta más por la dualidad de su esencia (Japón, 2002; Post Tenebras Lux, 2012). Éste último es el camino que Alberto Rodríguez (Grupo 7, 2012) toma para plasmar su idea de Naturaleza: ese lugar tan bello como siniestro, en el que sus espectaculares paisajes quedan irremediablemente matizados por su inherente salvajismo, que oscurece todo lo que alberga, funcionando como un personaje más, el más relevante, el más temible.
Las sobrecogedoras marismas andaluzas son retratadas a base de amplios planos cenitales, en los que se transmite una aparente belleza, que, al profundizar (tanto en la forma como en el fondo), se descubre engañosa. Latente, escondido, en estos parajes se esconde un gran mal, el de una España hundida en el horror, esa España profunda (equivalente de la “América profunda”, fangosa e impenetrable, del bombazo televisivo del pasado curso: True Detective), sumida en los estertores del Franquismo, que queda plasmada en la barbarie que domina la dinámica de este pequeño pueblo.

Nota: 8.
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