Un Rolls-Royce sin motor

Contada en tres
líneas temporales, comienza por el final, para rápidamente pasar al eje
intermedio del relato, en el que se presentará al narrador de la historia, el
cual, a modo de voz en off, trasladará al espectador al apogeo pretérito del
Gran Hotel Budapest, en una reinvención conceptual de las matrioskas, con
una narrativa que, yendo de fuera hacia dentro, va de menor a mayor.
Se acaba de dar
el pistoletazo de salida a un cuento infantil, cuya representación literal se
obtiene en las entrañables maquetas móviles que abren esta historia y pueblan
este universo, en el que todo es pintoresco, colorido, chillón y recargado,
desde los ostentosos decorados hasta sus excéntricos pobladores, que conforman
un ambiente nostálgico, finamente decadente, en el que parece que el tiempo se
hubiera detenido, y que son alterados por repentinos estallidos de violencia,
sexualidad y horror, como si el mundo adulto pretendiera acabar con la fantasía,
con el niño que llevan dentro, en una versión multicolor del Tim Burton más
introspectivo.
Previamente, el
terreno ha sido preparado por una banda sonora exquisita (¿Puede ser Alexandre
Desplat el compositor más en forma del cine actual?), pero inquieta, revoltosa,
que, junto con una omnipresente voz en off, encuentra su prolongación visual en
un frenético montaje, de reminiscencia cartoon,
que a duras penas ofrece un respiro.
Sin embargo,
nada de lo anteriormente expuesto convence si, por el camino, uno se olvida de
contar una historia, principal (que no único) problema de este delicioso
caramelo, que, tras saborearlo un tiempo, acaba empalagando. Una delicadísima y
cuidadísima puesta en escena, con permanentes simetrías a golpe de gran
angular, acaba pecando de excesivo protagonismo, saturando y desviando la
atención de una, de por sí, planísima historia, inundada por una fangosa voz en
off, en la que, efectivamente, parece que el tiempo se ha detenido. Infinidad de personajes caricaturescos e
insulsos pueblan un universo que luce tan bello como artificial, tan pomposo
como vacío, con el que Wes Anderson parece creerse mejor de lo que es. Su coche
es espléndido, sofisticado y reluciente, pero jamás arrancará.
Nota: 6.
Nota: 6.
0 comentarios: