Trash Art

A
lo largo de toda su filmografía, Quentin Tarantino ha venido demostrando su
inmenso dominio de los esquemas cinematográficos, lo que le permite tomar una
premisa clásica y transformarla a su antojo, ofreciendo un producto fresco,
novedoso y rompedor, que no se olvida de dónde procede y al que referencia
constantemente, en una suerte de reciclaje metacinematográfico, que, partiendo
de ésta, su ópera primera, se convertirá en su sello de identidad.
Desde
el principio, se muestra sin tapujos ni complejos que se trata de una película
de personajes, cuyas tirantes relaciones se establecen a golpe de afilados y
carismáticos diálogos, bien cargados de cinismo, humor y metacine, en los que
la vulgar cultura pop es elevada a la categoría de arte, y con los que consigue
ganarse la empatía del espectador antes de que se descubra que estos elegantes
caballeros trajeados no son otra cosa que gángsters, cuyas banales conversaciones
y exquisita apariencia suponen la primera de muchas transformaciones del
género.
Quizás
no la más llamativa, pero probablemente la más importante de éstas, es la absoluta
elipsis que se aplica sobre el que sería uno de los momentos más destacados de
cualquier película de este género: el atraco en sí. Es en este momento en el
que Tarantino demuestra apostar hasta las últimas consecuencias por su
planteamiento formal, al que da alas un montaje fragmentado, que, a modo de
rompecabezas nada efectista, desarrolla una historia que combina fragmentos en
el presente con capítulos (recurso habitual de este director) del pasado de
tres de sus personajes.

Apoyado
los roles de éstos, el director de Tennessee aprovecha para dar rienda suelta a
uno de sus máximos referentes: la violencia, a través de la que, gracias a una
estilizadísima puesta en escena, de explícito aire de serie B (otro referente
más, del que su ínfimo presupuesto tampoco le hubiera permitido separarse),
despliega escenas tan atroces como divertidas, demostrando un envidiable
dominio del tono, valiéndose, para ello, de armas tan potentes como una espectacular
y absolutamente desconocida selección musical diegética, y un extraordinario
uso del fuera de campo, cuya cumbre se alcanza en la ya mítica escena de la
tortura.
Al
final, la película acaba retomando el cauce que marca el esquema, adquiriéndolo
como otra referencia más. Sin embargo, tras su paso queda todo un cúmulo de
transformaciones, recombinaciones y mutaciones que lo han convertido, desde su
debut, en un referente del cine actual. Y, al final, a Tarantino los diamantes le
importan tanto como a nosotros.
Nota: 9.
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