Acariciando la llaga
La nueva
película de Emilio Martínez-Lázaro se ha convertido en un auténtico fenómeno
sociológico, habiendo superado ya la cifra de 30 millones de euros, lo que la
coloca como la película española más taquillera, sin que nadie pueda explicar
exactamente a qué se debe. Desde luego, no será por sus virtudes
cinematográficas.
El potencial
de esta historia reside en el morbo que suscita el tratar uno de los mayores
tabúes de la sociedad española. Buena parte de su éxito probablemente se deba a
que, precisamente, recoge toda una ristra de tópicos y prejuicios, de lo más
manidos. Por un lado, se le agradece los lazos de reconciliación que tiende
(que el público se ha encargado de secundar), al pasarlos por el filtro cómico
y rebajar la tensión, pero, precisamente, ésa acaba siendo su condena, al
desaprovechar esta potente arma de crítica social y quedarse en lo más trivial
del conflicto, no profundizando lo más mínimo en las causas y las
consecuencias, y confundiendo comedia con superficialidad.

Entre tanto
desatino, destaca el potencial cómico de Dani Rovira, el único capaz de darle
un mínimo de base a su personaje, pero que se queda muy solo en una supuesta
comedia loca a la que le falta mucha locura, mucha mala leche y el atreverse a
poner el dedo en la llaga.
Nota: 3.
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