
Como una mosca contra el cristal
La nouvelle
vague ha sido para Woody Allen lo que éste es ahora para Noah Baumbach,
situación que queda patente en la nueva obra de este prometedor director de la
denominada “generación del 69” (junto con Wes Anderson y Spike Jonze, con los
que, curiosamente, coincide actualmente en cartelera, aunque se trata de una obra más cercana a otros estrenos, como Oh boy o, incluso, Oslo, 31 de agosto).
Ya desde la secuencia inicial se observa las
características formales que predominarán a lo largo de toda la película, a la
vez que describe a la perfección la situación de su personaje principal:
Frances, una joven, ya no tan joven, cuya vida es tan impredecible y abrupta
como el montaje de la película, con elipsis tan grandes como los saltos que da
de casa en casa, corriendo de un lado a otro de la ciudad (como Denis Lavant en
“Mala sangre”, de Leos Carax, el gran
heredero de la corriente cinematográfica francesa antes nombrada), sin terminar
de encontrar su sitio, pero incapaz de dejar de luchar por sus sueños y “sentar
la cabeza”.
Comienza, por tanto, un viaje introspectivo, inicial y
erróneamente enfocado en un sentido literal, lo que la lleva a descubrir que el
error del sueño está en su planteamiento. Todo ello, teñido por un claro tono
agridulce, de engañosa improvisación, mezclando drama con humor de una manera
tan sutil como efectiva, creando una atmósfera de aparente ligereza, apoyándose
en el carácter excéntrico de la protagonista (una fantástica Greta Gerwig, pura
naturalidad, con unos contrastes tan radicales como los de la bella fotografía
en blanco y negro), a la que trata con tanto cariño como dureza, tejiendo un
personaje con carácter y profundidad, imperfecto pero apasionante, y, ante
todo, entrañable.

Nota: 7.
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