Unas bulerías no habrían aportado menos
El poder de la
música en el cine es indiscutible, siendo capaz de ensalzar escenas hasta el
punto de mitificarlas, aportándole ese valor añadido que no se puede expresar
en imágenes. Algunas bandas sonoras han llegado a hacer Historia, ganándose una identidad propia y relegando a la película a un segundo plano.
En el caso de “Alabama Monroe”, el Bluegrass prevalecerá, mientras lo demás se
desintegra por méritos propios.
La estrategia de
Felix van Groeningen es bien sencilla: partiendo de un estilizado y preciosista
caparazón, de corte “indie”
estadounidense, el director y guionista
belga se dedica a estimularnos constantemente la vista, para, así, disimular el vacío
interior de su último trabajo, asumiendo el liderazgo de esta contienda el ya
desgastado recurso del montaje fragmentado, capaz de cubrir de un aura de
profundidad y complejidad a la historia más plana.
Sólo hace falta montar el
puzle para descubrir las carencias de este torpe guión, demasiado afanado en
abrir numerosos frentes que posteriormente será incapaz de cerrar, al mostrarse más preocupado por atracar emocionalmente al espectador, que por darle un poco
de coherencia a sus maltratados personajes, los cuales, brillantemente fotografiados,
se pasan toda la película intentando encontrar una excusa a sus actos, alcanzando
el súmmum del bochorno un discurso de George Bush como ridícula justificación de la obsesión del protagonista
con ese país. Una mera anécdota desafortunada, si no fuera porque se usa como detonante del conflicto más importante de la película.
Y, en medio de ese ambiente enranciado, aparece el Bluegrass, tan vistoso y bien dirigido como el resto de escenas, pero que tampoco encuentra
su sitio en la historia, quedando relegado a ser un elemento estético más. Problemas derivados de querer llegar al fin, sin darle importancia al camino a recorrer.
Nota: 5.
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